Vomitemos

Hubo alguien al que el tiro le salió por la culata y se sintió puma, con garras y piel y caninos más potentes que una ingle. Aquel hombre que celebraba carnavales en su frente, funerales en sus dedos, incendios en el último sabor de sus ojos, ese hombre que se siente un puma y no deja en paz a la Sánchez. No sé qué quiso con su vida, a que la lluvia ronque y nunca escampe es una larga espera como una culebra con un elefante encima ¿Qué quiso hacer de los humanos? ¿Cómo quemar los panes con el pecho? ¿Quién entiende tu fealdad o tu surrealista actitud? Yo no, yo no puedo trastabillar con la espuma. No puedo, ya en lo mío, volver a tocar y a esconder el timbre sin una mueca en el futuro. Me cago de miedo. Me hago polvo por dentro.



Mis huesos hacen poesía al mediodía, y a la luna llena ya están sucios de panfletos y de caries y de sarro glauco, tan llenos de cangrejos y de utopías de merengue. De merengue mi intelecto, malvas mis canciones, sin café, con las colillas de los cigarros bailando en mis orejas. Toco la puerta, y cae la casa. Toco la casa, y vuela la gallina turuleca, tutumeca, sin chancletas la doña, con años y con un hueso en las fauces el presente. Tan absurda la realidad, tan lejana del loco que enfermó a dios con su nacimiento. Toco la puerta, toco tu nariz y cae el mundo y se estrella contra mi valor, y mi valor son mis manos anémicas. Es el miedo la razón del que no toca los timbres, del que no lanza los recados por debajo la puerta, del que no se asoma por lo resquicios, del que olvidó la llave en el apellido de su musa perezosa ¿Después como levantar la casa? ¿Después cómo encender los labios con la consciencia abarrotada de una casa derruida y una conversación estancada? Soy absurdo, y miedo es mi poesía. Estoy horneado. Estoy saboreando la hiel que deja una llamada anónima sin feedback epistemológico. Tengo una casa sobre un alfiler, el alfiler sobre un mondadientes, el mondadientes incrustado en mi cerebro como una buba. Tengo miedo de ser yo cuando abran la puerta. Me da miedo toser, estornudar, declarar un Hola que no suplante a lo que hay detrás de mí. Ábreme, no tocaré el timbre, no leeré más a Vallejo Mendoza, si es que abres, y no quiero tocar el timbre, la casa caerá, no lloverá, no habrá quien doble el cuello hacia aquí si abres, no tocaré el timbre. Quiero conversar de nenúfares con Pulgarcitas o de empanadas sin relleno y no hacer más absurdos sólo para satisfacer mi sueño. Ábreme y si quieres traigo a Mario, y a los personajes de Disney y al mismo monstruo que garabatea en las pistas con los pasos de otros. Ábreme con cuidado que caerá la puerta, y nadie volverá a Santiago, ni a las dos de la mañana. Tengo miedo. Tengo la imperiosa necesidad y necedad de repetirte, no tocaré el timbre, no tocaré tu nariz, no tocaré el filo de tus dedos que electrifican mi día, no tocaré más, sólo hablemos de triángulos, de la Maga, de cualquiera, menos del timbre, menos de las clavículas heridas, o de las narices húmedas contra los cuellos inflamados.



Hoy tus ojos son los brujos, y el cholo recolecta letras y lame la fiebre de las páginas. Hoy me arde la garganta tal cual el cenicero donde apagamos recuerdos. Hoy no tocaré el timbre, y olvidaré la llave en el culo de la noche, ya no en tu apellido, serpenteado, azulino. Hoy haré todo lo posible por sobrevivir a la medianoche, por bancar otro tedioso monólogo de mi sombra, otra mentada de vida de Gaia, otras sanguijuelas en mis mejillas, otra pelea con los fantasmas, otro apretón de manos de aquel que frunce el ceño y se enferma del síndrome de Tourette. No tengo a mis ancianos para golpear con su enfermedad, no tengo a mis amigos para lanzar monedas, no tengo exquisiteces para el cadáver, ni capota para la pesadilla. Hoy me iré sin tocar el timbre, tocando con la lengua la puerta, cien por ciento seguro que la mierda es otra cuando cae con listón. Y César Abraham, disculpe mi intromisión pero ¿Qué carajo pensó?

Con un hueso en el pene quizá todo iría mejor (¿No es obvio que erecto piensa diferente?)... Bien Hank.

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