Joaquín es de esos que tienden a la autodestrucción por ideales, por compromiso, por esas causas con las que vale arrugar la frente. Joaquín es una bomba de tiempo, es un boom con esquirlas y astillas, Joaquín es una constante de segundo grado. Es el filo de la palabra aguda y de la historia llana. Tanto es este tipo, de agujero negro y carta gastada, que anhela la autodestrucción cuando se le calientan las sienes y le late todo el cuerpo como si un ser convulsionara bajo su piel.
Hay un reloj de vida con cuerda por los años que quedan, tal así que la muerte es un estado irremediable, que es lo mismo decir que no hay por qué preocuparse por ello o por ella, como sea. Ser autodestructivo no es lo mismo que buscar la muerte, quizá bordearla y compartir sudor y exhalaciones, pero juntar las manos no. La autodestrucción es la tendencia de los solitarios, aquellos que se sientan a conversar en el espacio entre ceja y ceja.
Joaquín es solitario, un ermitaño como aquel gigante de Oscar Wilde. El reloj, que no es cronómetro, dale con el tic-tac tic-tac, pero Joaquín sólo escucha esos golpes del movimiento cuando el caos se materializa en unos ojos. Tic-tac, y los latidos sucumben a ese ruidito. Tic-tac, y la explosión está ya con un pie en la misma acera. Unos ojos y un tic-tac, y unas ansias de autodestruirse para mitigar ese cansancio, esos ideales que estúpidos descansan al lado de sus sienes.
Joaquín se emociona con los arlequines de Humareda, la bizarría de Vallejo, las cariátides que gesticulan venganzas, la palabra pornográfica de Jáuregui. Joaquín tiende a la autodestrucción y guarda una bomba desde ayer. Juega con explosivos, sueña con salamandras y combustiones espontáneas, con mujeres que miran al suelo, con las canciones más hermosas del mundo.
No hay lógica en sus frases, quizá porque no lo pretende, no intenta interpretar esas sensaciones que lo caricaturizan ante otros. Joaquín hace del razonamiento práctico una telaraña de chicle, no es que lo seduzca la insania sino que no le importa, y el resto le importa demasiado.
Repantigarse en su sombra, la autodestrucción no entiende de sentimientos, es una fuerza fría, es las ganas encontrar el hogar del subconsciente para desnudar la magia. Joaquín es un tic-tac cansado de sus años aunque ansioso por el futuro ¿Quién entiende? Yo no. Desde que Joaquín apareció ya no hay forma de sonreír sin el tic de mirar atrás… es el tac.
Hay un reloj de vida con cuerda por los años que quedan, tal así que la muerte es un estado irremediable, que es lo mismo decir que no hay por qué preocuparse por ello o por ella, como sea. Ser autodestructivo no es lo mismo que buscar la muerte, quizá bordearla y compartir sudor y exhalaciones, pero juntar las manos no. La autodestrucción es la tendencia de los solitarios, aquellos que se sientan a conversar en el espacio entre ceja y ceja.
Joaquín es solitario, un ermitaño como aquel gigante de Oscar Wilde. El reloj, que no es cronómetro, dale con el tic-tac tic-tac, pero Joaquín sólo escucha esos golpes del movimiento cuando el caos se materializa en unos ojos. Tic-tac, y los latidos sucumben a ese ruidito. Tic-tac, y la explosión está ya con un pie en la misma acera. Unos ojos y un tic-tac, y unas ansias de autodestruirse para mitigar ese cansancio, esos ideales que estúpidos descansan al lado de sus sienes.
Joaquín se emociona con los arlequines de Humareda, la bizarría de Vallejo, las cariátides que gesticulan venganzas, la palabra pornográfica de Jáuregui. Joaquín tiende a la autodestrucción y guarda una bomba desde ayer. Juega con explosivos, sueña con salamandras y combustiones espontáneas, con mujeres que miran al suelo, con las canciones más hermosas del mundo.
No hay lógica en sus frases, quizá porque no lo pretende, no intenta interpretar esas sensaciones que lo caricaturizan ante otros. Joaquín hace del razonamiento práctico una telaraña de chicle, no es que lo seduzca la insania sino que no le importa, y el resto le importa demasiado.
Repantigarse en su sombra, la autodestrucción no entiende de sentimientos, es una fuerza fría, es las ganas encontrar el hogar del subconsciente para desnudar la magia. Joaquín es un tic-tac cansado de sus años aunque ansioso por el futuro ¿Quién entiende? Yo no. Desde que Joaquín apareció ya no hay forma de sonreír sin el tic de mirar atrás… es el tac.
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