Sábado

Hoy anduve siempre bajo un techo. Alto y ciego. Macilento y viejo. Hoy no exploré ningún vestigio de un junio que por amistades y viernes no descompuse. Hoy es uno de esos días donde la voluntad se quebranta ante una voz diferente, donde encorvarse es hacer ejercicios y donde dormir es lo más prudente.

Hoy se acaba un sábado de junio, y no espero más minutos ni siquiera más colores que este gris grisáceo plúmbeo. Hoy es un circunstancial junio topado con un sábado pálido y un techo alto.

Escribimos y lamentamos, y pintamos en cuclillas y rezamos con los ojos cerrados para escabullirnos un instante –y la eternidad es el más largo intervalo de espacio- de los fantasmas y los coches.

Hoy me falta una mujer al igual que Sabina, hoy escribo con el frío que quema mis dedos. Hoy no es un buen día para hacerte la pelea, dale vuelta, hoy no hay razones para tocar alguna puerta, ni para comprar unas latas ni para atorarse con marihuana.

Hoy alguien cumple años y alguien es llorado, y alguien como yo escribe porque la oscuridad frota su espalda. Hoy no es abril, y estas no son las palabras de esperanza para esta guarida. “No me esperes en abril”, lo dije cuando aún me aferraba a las faldas de una duda. Hoy son muchas como las ideas apiñadas en mi bolso.

Y ¿Qué es una duda? ¿Una idea inconclusa? ¿Una idea sonriente en algún lóbulo? ¿Una idea incrustada con otra? Y ¿Qué es una idea? ¿Una duda bien vestida? ¿Una duda blanqueada? ¿Una duda apoyada en la punta de una pirámide? ¿Y qué es una idea sin una duda? ¿Y qué hace una idea con una duda si mi pragmatismo me obliga a no diferenciarlas? Y es raro ello pues la convención moldea el mismo dilema y a citar otra vez a Sabina, “una de dos”, pero en este caso el despotismo es absoluto y el techo se hace más alto o es que yo me hago más pequeño, y estas palabras me quedan grandes. Una duda y una idea, es lo mismo, por ello que no hay certeza sin rabo, ni sábados sin frío.