“Voy a salir a caminar solito, sentarme en un parque a fumar un porrito”

Tiene un gusto diferente el caminar con el peso de un cigarrillo entre los dedos. Supongo que el significado y el fin es el mismo, pero entre humo y humo me preocupa menos el cansarme o el ser arrollado por una torrente de nostalgia dominguera. Si alguna vez dije a cualquiera “no fumes”, disculpen esas palabras, desconocía lo que me estaba perdiendo (Conforme coja maña me sentiré en la facultad de describir esa sensación)

¿Qué más decir? Que el tiempo es el mismo, se encapote el cielo o no. Las luces asfixian lo necesario, la garúa arrasa con los buenos recuerdos y los sentimientos siguen algo encorvados. Es otro día en mi ciudad.

Sólo eso

El día que empezaste a fumar solo en tu cuarto. Regresaste al ángulo oscuro.

"Malo"

No entiendo muy bien qué hace esa persona. Supongo que en este momento se enfrenta al insomnio y a ese malestar que me hizo llorar alguna vez.

Aquella persona sonríe mucho, dice ser feliz. Y yo -tan yo- le repito que no hay motivos para serlo. Además, que se entere de una vez que la felicidad es un fantasma de grupo, es decir, o somos felices todos o nadie lo es. En cambio, la tristeza sí es egoísta. Pero aquella persona insiste en pegarse una sonrisa a estos últimos días como si la epístola a los poetas nunca se hubiese escrito. Aquella persona es tan rebelde. “No puedo creer que gente como tú exista”.

A veces la acompaño a cansarnos. Con esa persona discuto lo indiscutible. Y ahora caigo en la cuenta que evito los detalles porque quiero que aquella persona no se entere que el estro deambula por allí. Aquella persona no intenta comprender que soy de cierta forma e insiste en moldearme de otra. Lo hace tan bien.

Aquella persona no es de las que escriben luego de correr las cortinas, cerrar la puerta y sentarse al lado de sí mismo. Aquella persona es de las que calientan sus años. Y yo digo otra vez, que ello es socialmente imposible, pero aquella persona lo hace, y con tal irresponsabilidad, que es lo mismo, con tal osadía. Aquella persona, que empezará a ser ella, es tan rara. De esas rarezas de las que nunca había leído ni conocido a pesar de tantos abriles y tantos escondites.

A veces es difícil seguirla y contarle por qué el prurito en mi cabeza. Yo tampoco lo entiendo. Ella no es un recuerdo, ni unas palabras en un papel. Por eso me resulta tan confuso, no sé quién es ella (Y me refiero al hecho de que no sé qué significa). Es el nudo. Es la pluma que no se decide a tocar el suelo. Es la sonrisa del caos.

No tiene cartas. No hay noches con su nombre. No tiene palabras en el muro. Entonces ¿Quién es? Sólo espero que no sea “alguien”1 pues la realidad me acostumbró a esos mposibles. Pero en el caso que ocurra así, seré práctico y me iré.

1 Denominación especial que doy a cierta persona, en su momento.

Se dijo (parte 1)

Se dijo de la canción de protesta tanto, como se dijo que siempre es viernes y que el palo más alto se astilló. Se dijo que todavía podemos decir “una vez más” y “menos mal que nos gusta lo peor”. Se dijo con los labios cuarteados y sucios. Se dijo en todos los idiomas. Se dijo tanto, y se dijo tan poco para tus oídos.

Últimamente, es tu cabeza, tu pecho, tus ojos los que aprietan tu día. Tus horas continúan igual de largas, el tedio es el cariz de estos veintiún años sobre unas huellas. Supongo que es por eso que bebes, sin importarte las consecuencias ni las habladurías por lo que te has convertido, así dicen -¿Dime qué ocultas en los espejos? No encuentro recuerdos. Ahora fumas, y a veces fumas otras cosas, y si fuera posible te fumarías la vida.

Se dijo que eres inteligente, y siempre eres el último en percatarte de ello. Se dijo que el mutismo es tu mejor arma, y que tu mirada quema. Se dijo que eres oscuro, apático, hipócrita. Se dijo que hay un lunes en cada corazón por el que desfilaste. Se dijo tanto, y muy mal dicho.

No me esperes en abril. No me busques en diciembre. La investigación suele ser infinita. No la busques en la tela que flota sobre las pistas. No te busques en palabras rebuscadas. Se dijo que podrías perderte buscando. No me esperes en abril, suelo llegar tarde.

Tragicomedia

Hay ocasiones que te inflan la cabeza. Tú no aguantas. Tú regresaste a la agorafobia. Tú quieres apoyarte en el espacio más mullido del instante, y el más desvaído del palíndromo. La cabeza no te duele, se te ha inflado como un globo, y ya sabemos qué ocurre por el exceso de aire.

Te sientes enfermo, a pesar que entiendas que las sensaciones son estados pasajeros entre la sangre y el espíritu. Enfermaste en la hora que más te gusta. En el escalón “tal”.

Tú dijiste “aunque no lo quiera aceptar, ella se involucra en mi estado de ánimo”. Y él dijo algo que no escuchaste completo, pero sí captaste la idea. ¿Está en la punta el veneno o en toda su historia? Te inclinas a la derecha, no hay nadie, es bueno porque no puede ser malo.

Las escaleras no creen en los noventa grados, y no te sientes afiebrado. No crees en las sensaciones y te cansan los absolutos y a la fuerza, quieres cansarte de las compañías. En esos minutos, el silencio ya no es paz, es orgasmo. El resto, una mierda.

Quieres creer que dejaste de creer en ciertas personas, pero no puedes. Quieres que todo ingrese arbitrariamente, aunque no estés de acuerdo con el despotismo. No sé qué te pasa. Ya no te sientas enfrente de las ventanas para colorear tu reflejo, no escribes hace muchas palabras en las paredes, ni garabateas en tus manos, ni haces poesía preocupado por el verso. Quizá porque la cabeza se te ha inflado, o porque dos pulgares se infiltraron en tus sienes. Es la hora muerta, váyanse todos, especialmente tú, dices con la vena ladrando en la frente. Es de noche la idea, y de día el sicario.

“Perdóname, pero yo no puedo evitar ser como soy”, quizá era cierto ello que estoy aquí para hacer sufrir, aunque suene cómico hasta el llanto. No estás bien, ya no funciona la canción del mago, esperas que todo acabe –como si fuera fácil colocar un punto-. Timbran. No contestas. Pero recuerda que más tarde tienes que sonreír.

Domingo

Si la Maga existiera, tocaría varios timbres para hacer música con ellos. La Maga no tendría escrúpulos al cruzar las calles, y fácilmente sería violada en alguna de sus irrupciones por laberínticos idilios. La Maga sería una buena esposa, y una mal amante

¿Por qué hablar de la Maga? Porque imagino su razón danzando en movimientos brownoideos, la imagino ahogándose con la inocencia que resbala de sus ojos. La Maga se drogaría de pie, me haría cosquillas, no le importaría un golpe, ni que me detenga a esperar lo que no conozco. La Maga leería los libros que tengo a mi lado, y me preguntaría por qué lo de los pantalones, lo del ángulo oscuro y lo de la cola de rata, y displicente le contestaría esperando que se duerma. La Maga es sabia, y tan del viento como yo de la última hora ¿Por qué escribir sobre la Maga? Porque es una buena noche para hacerlo.



Sucede que a veces caminas hasta que te duela la cabeza y te ardan los ojos. Sucede que fuerzas los “a veces” porque, primero, te engatusó la canción de Ismael, y segundo, porque tu vida se contagió de inconsistencias.

A veces entras y evitas observar a alguna persona, después a otra y a otra más. Quizá esas personas hacen lo mismo. Tú te apoyas en tu disfraz, luego necesitarás beber hasta recordar tu decisión, y observarás atentamente hacia arriba a la espera que se abra otro hueco en el cielo. Saltarás en tu lugar, te harás el dormido, y con más ganas te harás el despierto.

Ahora no hay ruido. Las buenas noches traen buenos momentos, sólo que hasta ahora no entiendes cómo aprovecharlos. Calzas tus zapatillas, piensas salir a perderte otra vez. Y recuerdas que pensar no es lo tuyo, mentir es tu oficio. Te cansaste de escribir, no es lo que querías hacer. Querías decir algo más, no encuentras la forma de hacerlo.
Desde los puntos suspensivos perdiste el libreto ¿Recien te percatas que no es viernes?

Sabes

Sabes, ocurre que la noche susurra melodías que deberías escuchar. Se vale de un coro de grillos de corbatas michis violetas, del ruido de los zapatos contra las huellas, de las horas, incluso de los timbres de celulares

Sabes, las formas nunca son exactas ni las relaciones son lo que parecen como el aliento o el fuego. No entiendo bien cuánto es que pierdo cuando pienso, sabiendo perfectamente que pensar no es lo mío, menos los viernes, menos aún las sonrisas programadas, las formas mienten y tú no te enteras.

Soy el silencio cuando ronca. Soy la vena que se enciende en la frente. No hay forma de trastabillar con este disfraz pues vuelo, creo, hay una melodía que resuena y no es absurdo repetirla aunque no sepas bien qué significa.

Sabes, no sé bien quién eres. Pero sé que deberías escuchar y caminar como lo hago yo cuando espero que llueva para empaparme hasta la noche siguiente. También sé que podrías acompañarme a grabar con más fuerza las líneas de mis manos, un instante en Peumayén, otro en el ojo del alfiler, un rato en el lado más noble de la luna y una muerte en el capítulo siete.

Tú no sabes nada, estudiaste bien tu lección. Tú haces muecas con las experiencias, también bailas, cantas aunque eres sorda. Tu sombra es gorda, y por eso no entiendo cómo es que te busco de noche. Tú no te has enterado de la muerte metafísica de La Maga, ni que los pantalones me quedan largos ni que el estro es azul ni que hay soles por calentar con el frío de mi pecho.

Tú sabes tan poco de mí. Yo sé suficiente de ti aunque te haya dicho que no sé bien quién eres. Sé que no te importa que verdad sea una palabra y mentira un estilo de vida. Sé que observas cuando se rompe la luz contra las ventanas y que piensas que esto ya lo has vivido.

Sabes, para mí las formas son más importantes que los contenidos. No creo en la espiritualidad, y sí en la automedicación ¿Tú? Tampoco entiendes mi superficialidad, pero no importa ¿Cómo estás? Con una lágrima ardiendo en el suelo y con una cartita divida en dieciséis pedazos.

Sabes, tengo una piedra que crece por dentro. Soy también un punto y coma. Y no sabes cuánto tengo que engañarme para saber que vives, y al igual que yo no contaste cuántos caminos hay para los tristes –uno es el mar y otro los arlequines-.

Sabes –otra vez-, me importa poco si no sonríes, o si no sabes que me acostumbré a ser un mal recuerdo, sólo quiero que sepas que escribo porque me lo pediste, pues hoy encontré tu mensaje cuando marcaba el paso por la Residencial San Felipe.

Tic-tac

Joaquín es de esos que tienden a la autodestrucción por ideales, por compromiso, por esas causas con las que vale arrugar la frente. Joaquín es una bomba de tiempo, es un boom con esquirlas y astillas, Joaquín es una constante de segundo grado. Es el filo de la palabra aguda y de la historia llana. Tanto es este tipo, de agujero negro y carta gastada, que anhela la autodestrucción cuando se le calientan las sienes y le late todo el cuerpo como si un ser convulsionara bajo su piel.

Hay un reloj de vida con cuerda por los años que quedan, tal así que la muerte es un estado irremediable, que es lo mismo decir que no hay por qué preocuparse por ello o por ella, como sea. Ser autodestructivo no es lo mismo que buscar la muerte, quizá bordearla y compartir sudor y exhalaciones, pero juntar las manos no. La autodestrucción es la tendencia de los solitarios, aquellos que se sientan a conversar en el espacio entre ceja y ceja.

Joaquín es solitario, un ermitaño como aquel gigante de Oscar Wilde. El reloj, que no es cronómetro, dale con el tic-tac tic-tac, pero Joaquín sólo escucha esos golpes del movimiento cuando el caos se materializa en unos ojos. Tic-tac, y los latidos sucumben a ese ruidito. Tic-tac, y la explosión está ya con un pie en la misma acera. Unos ojos y un tic-tac, y unas ansias de autodestruirse para mitigar ese cansancio, esos ideales que estúpidos descansan al lado de sus sienes.

Joaquín se emociona con los arlequines de Humareda, la bizarría de Vallejo, las cariátides que gesticulan venganzas, la palabra pornográfica de Jáuregui. Joaquín tiende a la autodestrucción y guarda una bomba desde ayer. Juega con explosivos, sueña con salamandras y combustiones espontáneas, con mujeres que miran al suelo, con las canciones más hermosas del mundo.

No hay lógica en sus frases, quizá porque no lo pretende, no intenta interpretar esas sensaciones que lo caricaturizan ante otros. Joaquín hace del razonamiento práctico una telaraña de chicle, no es que lo seduzca la insania sino que no le importa, y el resto le importa demasiado.

Repantigarse en su sombra, la autodestrucción no entiende de sentimientos, es una fuerza fría, es las ganas encontrar el hogar del subconsciente para desnudar la magia. Joaquín es un tic-tac cansado de sus años aunque ansioso por el futuro ¿Quién entiende? Yo no. Desde que Joaquín apareció ya no hay forma de sonreír sin el tic de mirar atrás… es el tac.