Vomitemos

Hubo alguien al que el tiro le salió por la culata y se sintió puma, con garras y piel y caninos más potentes que una ingle. Aquel hombre que celebraba carnavales en su frente, funerales en sus dedos, incendios en el último sabor de sus ojos, ese hombre que se siente un puma y no deja en paz a la Sánchez. No sé qué quiso con su vida, a que la lluvia ronque y nunca escampe es una larga espera como una culebra con un elefante encima ¿Qué quiso hacer de los humanos? ¿Cómo quemar los panes con el pecho? ¿Quién entiende tu fealdad o tu surrealista actitud? Yo no, yo no puedo trastabillar con la espuma. No puedo, ya en lo mío, volver a tocar y a esconder el timbre sin una mueca en el futuro. Me cago de miedo. Me hago polvo por dentro.



Mis huesos hacen poesía al mediodía, y a la luna llena ya están sucios de panfletos y de caries y de sarro glauco, tan llenos de cangrejos y de utopías de merengue. De merengue mi intelecto, malvas mis canciones, sin café, con las colillas de los cigarros bailando en mis orejas. Toco la puerta, y cae la casa. Toco la casa, y vuela la gallina turuleca, tutumeca, sin chancletas la doña, con años y con un hueso en las fauces el presente. Tan absurda la realidad, tan lejana del loco que enfermó a dios con su nacimiento. Toco la puerta, toco tu nariz y cae el mundo y se estrella contra mi valor, y mi valor son mis manos anémicas. Es el miedo la razón del que no toca los timbres, del que no lanza los recados por debajo la puerta, del que no se asoma por lo resquicios, del que olvidó la llave en el apellido de su musa perezosa ¿Después como levantar la casa? ¿Después cómo encender los labios con la consciencia abarrotada de una casa derruida y una conversación estancada? Soy absurdo, y miedo es mi poesía. Estoy horneado. Estoy saboreando la hiel que deja una llamada anónima sin feedback epistemológico. Tengo una casa sobre un alfiler, el alfiler sobre un mondadientes, el mondadientes incrustado en mi cerebro como una buba. Tengo miedo de ser yo cuando abran la puerta. Me da miedo toser, estornudar, declarar un Hola que no suplante a lo que hay detrás de mí. Ábreme, no tocaré el timbre, no leeré más a Vallejo Mendoza, si es que abres, y no quiero tocar el timbre, la casa caerá, no lloverá, no habrá quien doble el cuello hacia aquí si abres, no tocaré el timbre. Quiero conversar de nenúfares con Pulgarcitas o de empanadas sin relleno y no hacer más absurdos sólo para satisfacer mi sueño. Ábreme y si quieres traigo a Mario, y a los personajes de Disney y al mismo monstruo que garabatea en las pistas con los pasos de otros. Ábreme con cuidado que caerá la puerta, y nadie volverá a Santiago, ni a las dos de la mañana. Tengo miedo. Tengo la imperiosa necesidad y necedad de repetirte, no tocaré el timbre, no tocaré tu nariz, no tocaré el filo de tus dedos que electrifican mi día, no tocaré más, sólo hablemos de triángulos, de la Maga, de cualquiera, menos del timbre, menos de las clavículas heridas, o de las narices húmedas contra los cuellos inflamados.



Hoy tus ojos son los brujos, y el cholo recolecta letras y lame la fiebre de las páginas. Hoy me arde la garganta tal cual el cenicero donde apagamos recuerdos. Hoy no tocaré el timbre, y olvidaré la llave en el culo de la noche, ya no en tu apellido, serpenteado, azulino. Hoy haré todo lo posible por sobrevivir a la medianoche, por bancar otro tedioso monólogo de mi sombra, otra mentada de vida de Gaia, otras sanguijuelas en mis mejillas, otra pelea con los fantasmas, otro apretón de manos de aquel que frunce el ceño y se enferma del síndrome de Tourette. No tengo a mis ancianos para golpear con su enfermedad, no tengo a mis amigos para lanzar monedas, no tengo exquisiteces para el cadáver, ni capota para la pesadilla. Hoy me iré sin tocar el timbre, tocando con la lengua la puerta, cien por ciento seguro que la mierda es otra cuando cae con listón. Y César Abraham, disculpe mi intromisión pero ¿Qué carajo pensó?

Con un hueso en el pene quizá todo iría mejor (¿No es obvio que erecto piensa diferente?)... Bien Hank.

Un día más

El frío se desliza por mis venas como una corriente de culpa que repta sobre unas cuantas letras. Es invierno, y no hay recuerdo de un silencio extravagante como el de esta noche, de esta cresta aguda. Dicen que por mi ciudad sólo advienen dos estaciones, yo pienso que es sólo una, y que no tiene nada que ver con el clima.

Con la capucha casi sesgando mi mirada tengo la sensación de los troncos huecos, de las bocas llenas de nada al verse atrapadas en un beso. Me duele el ojo izquierdo. A mí alrededor la oscuridad chasquea el tiempo, los papeles enseñan el culito a la imaginación, todos callan como si velaran un pan duro o como si esperaran la transfiguración de las partículas de polvo en gnomos grises. Está triste el silencio. Le alcanzo un pañuelo, me devuelve la espalda.

Hoy desperté con el azul constipado, más cerca del suelo que del techo. Había un rumor alimentándose de basura, un insecto rompiéndose la cabeza contra el aire, muchos objetos desvaídos y sin aliento. Me detuve en un trozo de papel higiénico, lo estrujé y lo lancé al retrete. Luego conspiré en perjuicio de todos, y me quemé la lengua con una lisura. Entre las muchas polillas encontré el sol, es un día más, otra oportunidad de recoger las tripas para fin de mes.

Más tarde, que es lo mismo, más viejo, raspo una melodía, y en lugar de nada me lleno de humo. Pienso que nadie es alguien con un cuarto de sombra, un cuarto de personalidad, y un resto de probabilidades, y casi defino a alguien pero me faltaron costumbres y poesía. Canta una luz, y taciturno escribo y dejo los dedos junto al martes. Ahora me duelen las palabras, en especial los monosílabos. Me duelen las arrugas que van surgiendo en los culitos de los papeles. El lápiz se rehúsa a dibujar un par de círculos con otro par inscritos dentro. Me salen ángulos. Me salen malas palabras, cuando sé que es de mediocres calificar el lenguaje. Timbra el móvil, timbra mi nariz y el silencio adopta el carácter de la garúa. Tengo miedo, tengo sueño, tengo gripe, tengo el resto del día envuelto en papel periódico.

Y también la palabra "bonito"

Sólo me detuve a decir: Odio los diminutivos (1)

Estuve escribiendo una diatriba contra los famosos "-itos", pero me faltaron razones para explicar el por qué de mi fobia. No obstante, creo que no son necesarias las interpretaciones en ningún campo de la ¿vida? incluido este asunto, siempre y cuando haya literatura -y las maneras necesarias para sacarle la vuelta a los problemas.

Sólo basta reconocer que odio los diminutivos al punto de arruinarme el día (el cual ya trastabilla tercamente)

(1) En el mundo de la oralidad

Hoy en tu cumpleaños

Esto fue escrito para una amiga

Las costumbres de esta ciudad marchan con hollín en los oídos y smog en las palabras, arden en gris y se empapan de viernes como un lamento con rostro. Tanto así que las personas practican estos hábitos como quien es sometido a la moda, tan estúpida la gente.

Lima contamina y oxida el espíritu que nació luchador y tierno como la criaturita que asoma la magia de dentro del huevo. Lima obliga a la criaturita a esconderse en el mar, en el fuego o en las cuatro paredes de su habitación -tal cual tú a veces-, cuando descubre que su asombro se transforma en miedo, y su miedo en tristeza. Y como eres medio loca, no te diré dónde queda la calle melancolía.

“Lima la fea”, cantó un poeta con mi nombre y sin mi apellido. “Los limeños no sueñan con llegar al cielo”, escribió otro. Lima es la postal del por qué tus ojos tristes y tus desvelos. Lima es tan culpable que desees un cambio después de apagar las velas o un abrazo de un desconocido como yo a través de un mensajito… Culpables ¿yo? ¿tú? ¿él? ¿ellos? La red de confusión "tristezas" es inmensa, por tal, es mejor obviarla y afinar la mejor cara ¿no lo crees tú? Algo así como el jakuna matata del rey León. Y en base esto, pienso que podrías ser una buena reina con esos ojitos –y para ello tendríamos que enmendar punto por punto tu actitud-, y que Lima no sea tu reino, más bien un mal recuerdo. Y apuesto a que conoces que tus ojitos forman parte de tu todo, lo más importante sí que sí.

Quizá te preguntes por qué utilizó Lima para llegar a ti, es fácil entender la figura. Lima es el lugar, y el lugar ha demostrado no ser el propicio para sonreír como cuando éramos pequeños –sonreías ¿no?-. El espacio es un factor trascendental para definir a dónde vamos y con quién lo hacemos ¿Tus apuesta hacia dónde ven?

Sabes, podría hacer una campaña de silencio en tu contra (como ya lo he hecho), podría pensar que estás un tanto fuera de onda, que tus berriches no son justificables, que tus palabras no contengan toda la verdad, podría pensar que eres linda en todo sentido y que eres mala cuando quieres serlo, podría soñar contigo y despertar enredado, podría confiscarte mis saludos y decirte “hasta aquí, no más”, podría llegar a tu casa cualquier día y decirte que entiendo por qué a veces está escrito tristeza en tu rostro, y podría renegar ante la incertidumbre de por qué esperas que yo sea siempre tal. Puedo pensar tan poco, pero no dudes que no lo hago en ti.

...

Hoy fue uno de esos días que se congelan en mi retina, me pregunto cómo fue el tuyo. Son 8 mensajes con el título Silvia que soporta mi celular ¿Espero más? Sí. Espero tanto, y ya entiendo, y me alegra de que estés por allí.

“Voy a salir a caminar solito, sentarme en un parque a fumar un porrito”

Tiene un gusto diferente el caminar con el peso de un cigarrillo entre los dedos. Supongo que el significado y el fin es el mismo, pero entre humo y humo me preocupa menos el cansarme o el ser arrollado por una torrente de nostalgia dominguera. Si alguna vez dije a cualquiera “no fumes”, disculpen esas palabras, desconocía lo que me estaba perdiendo (Conforme coja maña me sentiré en la facultad de describir esa sensación)

¿Qué más decir? Que el tiempo es el mismo, se encapote el cielo o no. Las luces asfixian lo necesario, la garúa arrasa con los buenos recuerdos y los sentimientos siguen algo encorvados. Es otro día en mi ciudad.

Sólo eso

El día que empezaste a fumar solo en tu cuarto. Regresaste al ángulo oscuro.

"Malo"

No entiendo muy bien qué hace esa persona. Supongo que en este momento se enfrenta al insomnio y a ese malestar que me hizo llorar alguna vez.

Aquella persona sonríe mucho, dice ser feliz. Y yo -tan yo- le repito que no hay motivos para serlo. Además, que se entere de una vez que la felicidad es un fantasma de grupo, es decir, o somos felices todos o nadie lo es. En cambio, la tristeza sí es egoísta. Pero aquella persona insiste en pegarse una sonrisa a estos últimos días como si la epístola a los poetas nunca se hubiese escrito. Aquella persona es tan rebelde. “No puedo creer que gente como tú exista”.

A veces la acompaño a cansarnos. Con esa persona discuto lo indiscutible. Y ahora caigo en la cuenta que evito los detalles porque quiero que aquella persona no se entere que el estro deambula por allí. Aquella persona no intenta comprender que soy de cierta forma e insiste en moldearme de otra. Lo hace tan bien.

Aquella persona no es de las que escriben luego de correr las cortinas, cerrar la puerta y sentarse al lado de sí mismo. Aquella persona es de las que calientan sus años. Y yo digo otra vez, que ello es socialmente imposible, pero aquella persona lo hace, y con tal irresponsabilidad, que es lo mismo, con tal osadía. Aquella persona, que empezará a ser ella, es tan rara. De esas rarezas de las que nunca había leído ni conocido a pesar de tantos abriles y tantos escondites.

A veces es difícil seguirla y contarle por qué el prurito en mi cabeza. Yo tampoco lo entiendo. Ella no es un recuerdo, ni unas palabras en un papel. Por eso me resulta tan confuso, no sé quién es ella (Y me refiero al hecho de que no sé qué significa). Es el nudo. Es la pluma que no se decide a tocar el suelo. Es la sonrisa del caos.

No tiene cartas. No hay noches con su nombre. No tiene palabras en el muro. Entonces ¿Quién es? Sólo espero que no sea “alguien”1 pues la realidad me acostumbró a esos mposibles. Pero en el caso que ocurra así, seré práctico y me iré.

1 Denominación especial que doy a cierta persona, en su momento.

Se dijo (parte 1)

Se dijo de la canción de protesta tanto, como se dijo que siempre es viernes y que el palo más alto se astilló. Se dijo que todavía podemos decir “una vez más” y “menos mal que nos gusta lo peor”. Se dijo con los labios cuarteados y sucios. Se dijo en todos los idiomas. Se dijo tanto, y se dijo tan poco para tus oídos.

Últimamente, es tu cabeza, tu pecho, tus ojos los que aprietan tu día. Tus horas continúan igual de largas, el tedio es el cariz de estos veintiún años sobre unas huellas. Supongo que es por eso que bebes, sin importarte las consecuencias ni las habladurías por lo que te has convertido, así dicen -¿Dime qué ocultas en los espejos? No encuentro recuerdos. Ahora fumas, y a veces fumas otras cosas, y si fuera posible te fumarías la vida.

Se dijo que eres inteligente, y siempre eres el último en percatarte de ello. Se dijo que el mutismo es tu mejor arma, y que tu mirada quema. Se dijo que eres oscuro, apático, hipócrita. Se dijo que hay un lunes en cada corazón por el que desfilaste. Se dijo tanto, y muy mal dicho.

No me esperes en abril. No me busques en diciembre. La investigación suele ser infinita. No la busques en la tela que flota sobre las pistas. No te busques en palabras rebuscadas. Se dijo que podrías perderte buscando. No me esperes en abril, suelo llegar tarde.

Tragicomedia

Hay ocasiones que te inflan la cabeza. Tú no aguantas. Tú regresaste a la agorafobia. Tú quieres apoyarte en el espacio más mullido del instante, y el más desvaído del palíndromo. La cabeza no te duele, se te ha inflado como un globo, y ya sabemos qué ocurre por el exceso de aire.

Te sientes enfermo, a pesar que entiendas que las sensaciones son estados pasajeros entre la sangre y el espíritu. Enfermaste en la hora que más te gusta. En el escalón “tal”.

Tú dijiste “aunque no lo quiera aceptar, ella se involucra en mi estado de ánimo”. Y él dijo algo que no escuchaste completo, pero sí captaste la idea. ¿Está en la punta el veneno o en toda su historia? Te inclinas a la derecha, no hay nadie, es bueno porque no puede ser malo.

Las escaleras no creen en los noventa grados, y no te sientes afiebrado. No crees en las sensaciones y te cansan los absolutos y a la fuerza, quieres cansarte de las compañías. En esos minutos, el silencio ya no es paz, es orgasmo. El resto, una mierda.

Quieres creer que dejaste de creer en ciertas personas, pero no puedes. Quieres que todo ingrese arbitrariamente, aunque no estés de acuerdo con el despotismo. No sé qué te pasa. Ya no te sientas enfrente de las ventanas para colorear tu reflejo, no escribes hace muchas palabras en las paredes, ni garabateas en tus manos, ni haces poesía preocupado por el verso. Quizá porque la cabeza se te ha inflado, o porque dos pulgares se infiltraron en tus sienes. Es la hora muerta, váyanse todos, especialmente tú, dices con la vena ladrando en la frente. Es de noche la idea, y de día el sicario.

“Perdóname, pero yo no puedo evitar ser como soy”, quizá era cierto ello que estoy aquí para hacer sufrir, aunque suene cómico hasta el llanto. No estás bien, ya no funciona la canción del mago, esperas que todo acabe –como si fuera fácil colocar un punto-. Timbran. No contestas. Pero recuerda que más tarde tienes que sonreír.

Domingo

Si la Maga existiera, tocaría varios timbres para hacer música con ellos. La Maga no tendría escrúpulos al cruzar las calles, y fácilmente sería violada en alguna de sus irrupciones por laberínticos idilios. La Maga sería una buena esposa, y una mal amante

¿Por qué hablar de la Maga? Porque imagino su razón danzando en movimientos brownoideos, la imagino ahogándose con la inocencia que resbala de sus ojos. La Maga se drogaría de pie, me haría cosquillas, no le importaría un golpe, ni que me detenga a esperar lo que no conozco. La Maga leería los libros que tengo a mi lado, y me preguntaría por qué lo de los pantalones, lo del ángulo oscuro y lo de la cola de rata, y displicente le contestaría esperando que se duerma. La Maga es sabia, y tan del viento como yo de la última hora ¿Por qué escribir sobre la Maga? Porque es una buena noche para hacerlo.



Sucede que a veces caminas hasta que te duela la cabeza y te ardan los ojos. Sucede que fuerzas los “a veces” porque, primero, te engatusó la canción de Ismael, y segundo, porque tu vida se contagió de inconsistencias.

A veces entras y evitas observar a alguna persona, después a otra y a otra más. Quizá esas personas hacen lo mismo. Tú te apoyas en tu disfraz, luego necesitarás beber hasta recordar tu decisión, y observarás atentamente hacia arriba a la espera que se abra otro hueco en el cielo. Saltarás en tu lugar, te harás el dormido, y con más ganas te harás el despierto.

Ahora no hay ruido. Las buenas noches traen buenos momentos, sólo que hasta ahora no entiendes cómo aprovecharlos. Calzas tus zapatillas, piensas salir a perderte otra vez. Y recuerdas que pensar no es lo tuyo, mentir es tu oficio. Te cansaste de escribir, no es lo que querías hacer. Querías decir algo más, no encuentras la forma de hacerlo.
Desde los puntos suspensivos perdiste el libreto ¿Recien te percatas que no es viernes?

Sabes

Sabes, ocurre que la noche susurra melodías que deberías escuchar. Se vale de un coro de grillos de corbatas michis violetas, del ruido de los zapatos contra las huellas, de las horas, incluso de los timbres de celulares

Sabes, las formas nunca son exactas ni las relaciones son lo que parecen como el aliento o el fuego. No entiendo bien cuánto es que pierdo cuando pienso, sabiendo perfectamente que pensar no es lo mío, menos los viernes, menos aún las sonrisas programadas, las formas mienten y tú no te enteras.

Soy el silencio cuando ronca. Soy la vena que se enciende en la frente. No hay forma de trastabillar con este disfraz pues vuelo, creo, hay una melodía que resuena y no es absurdo repetirla aunque no sepas bien qué significa.

Sabes, no sé bien quién eres. Pero sé que deberías escuchar y caminar como lo hago yo cuando espero que llueva para empaparme hasta la noche siguiente. También sé que podrías acompañarme a grabar con más fuerza las líneas de mis manos, un instante en Peumayén, otro en el ojo del alfiler, un rato en el lado más noble de la luna y una muerte en el capítulo siete.

Tú no sabes nada, estudiaste bien tu lección. Tú haces muecas con las experiencias, también bailas, cantas aunque eres sorda. Tu sombra es gorda, y por eso no entiendo cómo es que te busco de noche. Tú no te has enterado de la muerte metafísica de La Maga, ni que los pantalones me quedan largos ni que el estro es azul ni que hay soles por calentar con el frío de mi pecho.

Tú sabes tan poco de mí. Yo sé suficiente de ti aunque te haya dicho que no sé bien quién eres. Sé que no te importa que verdad sea una palabra y mentira un estilo de vida. Sé que observas cuando se rompe la luz contra las ventanas y que piensas que esto ya lo has vivido.

Sabes, para mí las formas son más importantes que los contenidos. No creo en la espiritualidad, y sí en la automedicación ¿Tú? Tampoco entiendes mi superficialidad, pero no importa ¿Cómo estás? Con una lágrima ardiendo en el suelo y con una cartita divida en dieciséis pedazos.

Sabes, tengo una piedra que crece por dentro. Soy también un punto y coma. Y no sabes cuánto tengo que engañarme para saber que vives, y al igual que yo no contaste cuántos caminos hay para los tristes –uno es el mar y otro los arlequines-.

Sabes –otra vez-, me importa poco si no sonríes, o si no sabes que me acostumbré a ser un mal recuerdo, sólo quiero que sepas que escribo porque me lo pediste, pues hoy encontré tu mensaje cuando marcaba el paso por la Residencial San Felipe.

Tic-tac

Joaquín es de esos que tienden a la autodestrucción por ideales, por compromiso, por esas causas con las que vale arrugar la frente. Joaquín es una bomba de tiempo, es un boom con esquirlas y astillas, Joaquín es una constante de segundo grado. Es el filo de la palabra aguda y de la historia llana. Tanto es este tipo, de agujero negro y carta gastada, que anhela la autodestrucción cuando se le calientan las sienes y le late todo el cuerpo como si un ser convulsionara bajo su piel.

Hay un reloj de vida con cuerda por los años que quedan, tal así que la muerte es un estado irremediable, que es lo mismo decir que no hay por qué preocuparse por ello o por ella, como sea. Ser autodestructivo no es lo mismo que buscar la muerte, quizá bordearla y compartir sudor y exhalaciones, pero juntar las manos no. La autodestrucción es la tendencia de los solitarios, aquellos que se sientan a conversar en el espacio entre ceja y ceja.

Joaquín es solitario, un ermitaño como aquel gigante de Oscar Wilde. El reloj, que no es cronómetro, dale con el tic-tac tic-tac, pero Joaquín sólo escucha esos golpes del movimiento cuando el caos se materializa en unos ojos. Tic-tac, y los latidos sucumben a ese ruidito. Tic-tac, y la explosión está ya con un pie en la misma acera. Unos ojos y un tic-tac, y unas ansias de autodestruirse para mitigar ese cansancio, esos ideales que estúpidos descansan al lado de sus sienes.

Joaquín se emociona con los arlequines de Humareda, la bizarría de Vallejo, las cariátides que gesticulan venganzas, la palabra pornográfica de Jáuregui. Joaquín tiende a la autodestrucción y guarda una bomba desde ayer. Juega con explosivos, sueña con salamandras y combustiones espontáneas, con mujeres que miran al suelo, con las canciones más hermosas del mundo.

No hay lógica en sus frases, quizá porque no lo pretende, no intenta interpretar esas sensaciones que lo caricaturizan ante otros. Joaquín hace del razonamiento práctico una telaraña de chicle, no es que lo seduzca la insania sino que no le importa, y el resto le importa demasiado.

Repantigarse en su sombra, la autodestrucción no entiende de sentimientos, es una fuerza fría, es las ganas encontrar el hogar del subconsciente para desnudar la magia. Joaquín es un tic-tac cansado de sus años aunque ansioso por el futuro ¿Quién entiende? Yo no. Desde que Joaquín apareció ya no hay forma de sonreír sin el tic de mirar atrás… es el tac.

Sábado

Hoy anduve siempre bajo un techo. Alto y ciego. Macilento y viejo. Hoy no exploré ningún vestigio de un junio que por amistades y viernes no descompuse. Hoy es uno de esos días donde la voluntad se quebranta ante una voz diferente, donde encorvarse es hacer ejercicios y donde dormir es lo más prudente.

Hoy se acaba un sábado de junio, y no espero más minutos ni siquiera más colores que este gris grisáceo plúmbeo. Hoy es un circunstancial junio topado con un sábado pálido y un techo alto.

Escribimos y lamentamos, y pintamos en cuclillas y rezamos con los ojos cerrados para escabullirnos un instante –y la eternidad es el más largo intervalo de espacio- de los fantasmas y los coches.

Hoy me falta una mujer al igual que Sabina, hoy escribo con el frío que quema mis dedos. Hoy no es un buen día para hacerte la pelea, dale vuelta, hoy no hay razones para tocar alguna puerta, ni para comprar unas latas ni para atorarse con marihuana.

Hoy alguien cumple años y alguien es llorado, y alguien como yo escribe porque la oscuridad frota su espalda. Hoy no es abril, y estas no son las palabras de esperanza para esta guarida. “No me esperes en abril”, lo dije cuando aún me aferraba a las faldas de una duda. Hoy son muchas como las ideas apiñadas en mi bolso.

Y ¿Qué es una duda? ¿Una idea inconclusa? ¿Una idea sonriente en algún lóbulo? ¿Una idea incrustada con otra? Y ¿Qué es una idea? ¿Una duda bien vestida? ¿Una duda blanqueada? ¿Una duda apoyada en la punta de una pirámide? ¿Y qué es una idea sin una duda? ¿Y qué hace una idea con una duda si mi pragmatismo me obliga a no diferenciarlas? Y es raro ello pues la convención moldea el mismo dilema y a citar otra vez a Sabina, “una de dos”, pero en este caso el despotismo es absoluto y el techo se hace más alto o es que yo me hago más pequeño, y estas palabras me quedan grandes. Una duda y una idea, es lo mismo, por ello que no hay certeza sin rabo, ni sábados sin frío.